En 160 millones de años de existencia, los ictiosaurios pasaron de ser
cuadrúpedos terrestres a adquirir formas similares a los delfines actuales para
poder vivir en el mar.
El análisis de su
evolución se hizo en base a algoritmos como los que se utilizan en las redes
sociales virtuales para vincular usuarios, lo que permitió comprender de qué
manera se fueron conectando las diversas estructuras óseas de sus miembros.
Los ictiosaurios fueron un grupo de reptiles ya
completamente extinto que vivió a lo largo de 160 millones de años. Sus
primeras formas, surgidas en los comienzos del Triásico (alrededor de 250
millones de años atrás), presentaban cuatro patas y una cola, y se asemejaban a
los cocodrilos actuales. Sus representantes más recientes, extinguidos a fines
del Cretácico (hace unos 90 millones de años), eran “lagartos con forma de
pez”, hábiles nadadores como los delfines, y dominaron los ecosistemas marinos
de todo el mundo. “Experimentaron una modificación tan increíble desde el punto
de vista anatómico que, para la paleontología, son un grupo paradigmático, el
cénit de la adaptación al mar”, resalta Lisandro Campos, becario del CONICET en
la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La
Plata (FCNyM, UNLP) y uno de los autores de un trabajo científico publicado en
el último número de la revista Diversity que indaga en las transformaciones que
implicó esa adaptación mediante el uso de una herramienta muy novedosa: el
análisis de las redes anatómicas.
Esta técnica se basa en adaptar los algoritmos que se
utilizan en informática para el desarrollo de las redes sociales virtuales, en
particular aquellos que permiten establecer patrones de conectividad entre
usuarios e identificar conductas para sugerir publicidades o servicios acordes
a los gustos e intereses de quienes las utilizan, con el objetivo de modelar de
qué manera se conectan y relacionan distintas estructuras. La idea surgió en
España, donde el algoritmo se aplicó a una estructura abstracta basada en el
esqueleto de determinados animales en la que cada hueso representaba un punto o
nodo y las articulaciones o nervios que los unen configuraban las líneas de
conexión, con la finalidad de estudiar el patrón de conectividad. En Argentina,
el primer trabajo realizado con esta herramienta data de 2020,
cuando un equipo del Museo de La Plata, el Museo Paleontológico “Egidio
Feruglio” (MEF) de Trelew, Chubut y el Instituto Patagónico de Geología y
Paleontología (IPGP, CONICET) estudió cómo diversos organismos se adaptaron al
mar mutando sus patas en aletas.
Para el trabajo de reciente publicación, los expertos y
expertas se centraron en cómo fue la adaptación de los ictiosaurios: “Las patas
de estos vertebrados eran candidatas perfectas para realizar un análisis de
este tipo porque son únicas en todo el reino animal. Son estructuras muy
complejas, que fueron cambiando mucho a lo largo de su evolución, y presentaban
gran cantidad de contactos y conexiones entre huesos. A diferencia de todo lo
conocido en vertebrados, ellos llegaron a tener hasta doce o trece dedos en
cada pata y, en cada dedo, hasta 50 falanges”, comenta Campos, y añade: “Cuando
caminaban sobre la tierra, las patas tenían la función de sostener el peso del
cuerpo y transportarlo, pero al moverse en el mar esta función perdió sentido.
En la exploración que hicieron los primeros ictiosaurios del medioambiente
acuático, usaron su cola como propulsor y las aletas como estructuras capaces
de darles estabilidad, algo que con el tiempo se fue perfeccionando”.
Para la colecta de datos que permitieron modelar las
estructuras de las patas, el equipo utilizó ejemplares de todos los grupos de
ictiosaurios conocidos, y pertenecientes a cada etapa de su historia evolutiva:
los más antiguos, provenientes del sur de China; la totalidad de los ejemplares
hallados en Argentina; y otros que forman parte de colecciones de Alemania,
Australia, Bélgica, Inglaterra, Japón y Noruega. “Tomamos todas las patas, cada
hueso de esas patas, e hicimos modelos en los que cada uno de ellos es un punto
o nodo y analizamos con cuántos otros se conecta, de qué manera se relacionan
entre sí, y con cuáles se excluyen”, dice Campos, y agrega: “Además, comparamos
las patas de los ictiosaurios con las de otros vertebrados marinos que se
transformaron en nadadores, como ballenas, orcas, delfines, cachalotes y
narvales, y otros reptiles marinos, como plesiosaurios y mosasaurios”.
Uno de los hallazgos que sorprendió al grupo de expertos y
expertas es que a lo largo de su trayectoria evolutiva los ictiosaurios
llevaron a cabo un proceso de reintegración de la pata, es decir que al miembro
original que contaba con los dígitos separados y con capacidad individual, a lo
largo de su evolución gradualmente le sumaron más dedos y, a su vez, mayor
cantidad de elementos óseos a cada dedo, y los fueron juntando para hacerlos
funcionar como una aleta completamente integrada que les dio una refinada
capacidad de maniobra. “Esta motricidad fina les permitió independizarse de
otras tácticas de cacería y escape. No les hacía falta ser los más rápidos o
grandes, si eran los más hábiles maniobrando. Entonces, esta movilidad nos
sugiere que eran cazadores hiper eficientes y, al mismo tiempo, presas super
escurridizas para sus depredadores”.
Para finalizar, el
experto destaca la utilidad de las herramientas matemáticas utilizadas y el
caudal de información que aportan: “Es algo aplicable a cualquier sistema con
conectividad y permite entender y discutir aspectos de la paleobiología, de
cómo vivían los organismos fósiles que antes, sin este tipo de análisis, nos
eran inaccesibles”, apunta. Fuente: Conicet.
Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm