miércoles, 27 de febrero de 2019

Patagosphenos watuk, un esfenodonte del Cretácico en Río Negro.




El hallazgo, realizado por paleontólogos del CONICET, permite entender por qué este grupo de reptiles pudo sobrevivir a la extinción masiva que acabó con los dinosaurios.
Los esfenodontes o tuátaras (Sphenodon) son un grupo de reptiles que en la actualidad se encuentra representado solo por dos especies –Sphenodon punctatus y Sphenodon guntheri-, localizables únicamente en algunas islas menores de Nueva Zelanda, y cuyo registro fósil más antiguo data de tiempos del Tríasico Superior, hace más de 200 millones años.
A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, durante la Era Mesozoica (comenzada 250 millones de años atrás y culminada hace alrededor de 65 millones años) en la que los dinosaurios gigantes llegaron a dominar la Tierra, diversas especies de tuátaras podían encontrarse dispersas en la mayor parte de los continentes.
En Sudamérica, los fósiles más recientes de este grupo de reptiles corresponden al Paleoceno (65 a 60 millones de años atrás), la época inmediatamente posterior a la extinción masiva del Cretácico-Paleógeno que acabó con cerca del 75 por ciento de los seres vivientes existentes, entre los que se encontraban, por ejemplo, la mayoría de los dinosaurios.
En febrero de 2018, un equipo de paleontólogos del CONICET en el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia” (MACN, CONICET) y la Fundación de Historia Natural Felix de Azara dirigido por Fernando Novas, investigador principal del Consejo, encontró en la localidad de Campo Violante (Provincia de Río Negro), en la que afloran rocas del Cretácico Superior de 90 millones años, restos del esqueleto de una nueva especie de esfenodonte, a la que bautizaron Patagosphenos watuku. Tanto la descripción anatómica como los estudios paleohistológicos de los restos del espécimen hallado fueron publicados recientemente en la revista Cretaceous Research.
“Aunque la estructura anatómica de Patagosphenos watuk difiere de la de los esfenodontes actuales, desde el punto de vista histológico existen similitudes claves. Ambos poseen una corteza ósea relativamente gruesa en comparación con la de otros reptiles, lo cual podría favorecer la adaptación a climas fríos. Por otra parte, estudios recientes en mamíferos han mostrado una correlación entre el grosor de las paredes de los huesos y la actividad fosforial (cavar), patrón que parece repetirse al menos en los reptiles actuales. El hecho de que los antiguos tuátaras también tuvieran el hábito de vivir en cuevas podría explicar que hayan sobrevivido al invierno nuclear que se desató en nuestro planeta hace 65 millones de años”, explica Adriel Gentil, becario doctoral del CONICET en el MACN y primer autor del trabajo.
Esto llevaría a los investigadores a concluir que la adaptación de los esfenodontes actuales al clima frío, que les permite soportar temperaturas de hasta sólo 5°C, no sería un rasgo que adquirieron a lo largo del proceso evolutivo sino que ya estaba presente en sus parientes más antiguos.
“Esta capacidad de tolerar las bajas temperaturas diferenciaría a los esfenodontes, no sólo de gran parte de los reptiles actuales, sino también de  otros grupos que desaparecieron junto con los dinosaurios por no contar con las ventajas adaptativas necesarias como para sobrevivir a las bajas temperaturas que asolaron la Tierra durante aquel evento de extinción masiva”, explica Matías Motta, becario doctoral del CONICET en el MACN y otro de los autores del trabajo.
Uno de los aportes más novedosos de este trabajo es que pese a que existe un registro fósil bastante completo de especímenes de esfenodontes de diferentes períodos del Mesozoico, desde el punto de vista paleohistológico, hasta ahora sólo se contaba con la descripción de una especie del Triásico Superior que, aunque escueta, también señala el carácter grueso de las paredes de los huesos. El responsable de este aspecto particular de la investigación estuvo a cargo de Jordi García Marsá, becario doctoral del Consejo en el MACN.
“Otro dato que arrojó el estudio histológico es que Patagosphenos  tenía un crecimiento cíclico, lo que le da al corte del hueso una apariencia similar a la del tronco de un árbol en la que se van marcando anillos concéntricos que representan aproximadamente un año cada uno. En este caso, se pudo deducir que el individuo que encontramos tenía cerca de 18 años de edad. La longevidad, si se los compara con lo que suelen vivir la mayoría de los reptiles, es un rasgo que también comparte los tuátaras actuales con sus parientes más lejanos”, afirma Gentil. Fuente Conicet; Reconstrucción paleoartística de Patagosphenos watuku. Crédito: Sebastían Rozadilla.. Federico Agnolin, Matías Motta, Adriel Gentil y Fernando Novas. Foto: gentileza investigadores. Restos del Patagosphenos watuku hallado Río Negro y una reconstrucción del cráneo. Foto: CONICET. El equipo dirigido por Fernando Novas trabaja en la localidad de Campo Violante (Río Negro). Foto: gentileza investigadores.
 

lunes, 25 de febrero de 2019

Descubren polen y esporas fosilizadas entre las patas de armadillos prehistóricos.


El hallazgo fue realizado a 5 kilómetros de la ciudad de San Pedro en sedimentos de 700.000 años. Es un hecho inédito por estar asociado a megafauna de esa antigüedad. 
 
El Grupo Conservacionista de Fósiles, equipo del Museo Paleontológico de San Pedro, junto al Centro de Ecología Aplicada del Litoral (CONICET-UNNE), de Corrientes, lograron muestrear e identificar granos de polen y esporas fósiles de diferentes plantas y hongos que habitaron los alrededores de un pantano cerca de la ciudad de San Pedro, provincia de Buenos Aires, hace unos 700.000 años.
 
El descubrimiento, que tiene diferentes facetas de interés científico, comenzó en junio de 2017 con el hallazgo de un grupo de armadillos gigantes o gliptodontes, que fueron extraídos en el predio de la empresa Tosquera San Pedro SA.
Allí se lograron recuperar restos de tres ejemplares adultos y un juvenil en etapa de desarrollo; siendo este último uno de los ejemplares de la especie más completos que se conocen en Argentina.
 
Los datos arrojados por los fósiles y el análisis del sedimento donde se encontraban, condujeron a los investigadores a  comprender que aquellos pesados animales habían muerto en  un antiguo pantano o humedal que existía en la zona y que actuaba como “trampa natural” cuando los grandes herbívoros se acercaban en busca de agua o comida.
 
Una vez comprendidas las características del ambiente que habitaron aquellos animales de unos 1.500 kilogramos de peso, se realizó un muestreo del barro consolidado que el ejemplar juvenil (el más completo) tenía entre sus patas. La intención del equipo de investigación era la de efectuar una búsqueda microscópica de elementos que permitieran determinar y corroborar el tipo de ambiente y conocer la flora que había coexistido con aquellos animales prehistóricos.
 
La extracción de los armadillos y el muestreo de los sedimentos estuvieron a cargo del equipo del Museo de San Pedro, mientras que la búsqueda e identificación de los granos de polen y esporas fue realizada por el laboratorio del CECOAL, en Corrientes, bajo la dirección del Dr. Lionel Pacella y la Lic. Claudia Lovera, integrantes del grupo de Paleoambientes Continentales y Palinología, respectivamente, de dicho centro de investigación.
 
Allí se lograron separar e identificar los diminutos granos de polen y esporas fósiles correspondientes a diferentes familias de angiospermas (plantas con flores), esporas de hongos y restos de algas microscópicas que estarían indicando que se trataba de un ambiente de estepa formada por plantas herbáceas, de suelos arenosos, relacionada con cuerpos de agua cercanos.
 
Entre las esporas halladas se observaron de hongos como Alternaria y Cladosporium junto a otras de diferentes algas microscópicas;  y se individualizaron granos de polen de las familias Chenopodiaceae y Poaceae.
 
José Luis Aguilar, fundador del Museo Paleontológico de San Pedro e integrante del equipo que descubrió los fósiles, explica que “este hallazgo es un hecho muy particular debido a su estrecha asociación con megafauna de la edad Ensenadense, que es la antigüedad de los sedimentos portadores. Sabemos que la zona estaba ocupada por un extenso humedal colmado de vida. Hasta hoy se han recuperado fósiles de ciertas especies de armadillos gigantes y también pequeños, un animal llamado macrauchenia, un yaguareté, mastodontes y una especie nueva de perezoso gigante a la que se bautizó con el nombre de la ciudad, Archaeomlodon sampedrinensis.
 
Sin dudas, el estado de conservación del ejemplar de armadillo fósil que se muestreó y la pericia del equipo de CECOAL que analizó las muestras, incidió para que se lograran resultados positivos en esta búsqueda microscópica. Esta etapa de la reconstrucción de aquel ambiente prehistórico nos ha aportado esta sorpresa que nos permite recrear, al menos en parte, la diversidad de flora que servía de alimento a los grandes herbívoros presentes en ese antiguo ecosistema”.    
 
Las diferentes familias de hongos, algas y plantas de flor, que fueron identificadas en las muestras de sedimentos extraídas de las patas de los armadillos gigantes de 700.000 años de antigüedad descubiertos por el Museo Paleontológico de San Pedro, representa una excelente oportunidad que permite reconstruir con elementos concretos cómo era el ambiente y la flora de la zona del hallazgo hace más de medio millón de años.
 

viernes, 22 de febrero de 2019

Redescubren un lobo marino de 6000 años de antigüedad en Buenos Aires.



Sus restos fueron encontrados hace más de 100 años cuando se realizó la construcción del zoológico porteño, pero se perdió el rastro de estos fósiles poco después. Un grupo del Museo Argentino de Ciencias Naturales volvió a descubrir a este ejemplar en 2018 y recientemente publicó su estudio.
El paleontólogo Federico Agnolin del MACN indicó a la Agencia CTyS-UNLaM que “hace unos 6000 años, un mar bastante cálido llamado querandinense invadía gran parte del territorio de la provincia de Buenos Aires y es así que este lobo marino había nadado hasta estos sitios”.

De la investigación también participó la Fundación Azara y el CONICET. “Es interesante cómo fue cambiando el clima, la topografía e incluso la geografía de la Ciudad en el transcurso de los últimos miles de años “, comentó el autor principal del estudio publicado en la revista científica Urbania.
El doctor Agnolín agregó que “hoy en día, los restos de este mar los podemos ver en algunas excavaciones que se hacen en edificios del centro, como por ejemplo en Palermo, e incluso en la reserva ecológica de la Costanera Sur, donde en ocasiones el río remueve ese mar antiguo y reflota restos de conchillas y otros elementos”.
El paleontólogo especificó que “Eduardo Holmberg, quien iba a ser el primer director del zoológico, recorría las excavaciones en donde se iban a poner las piletas para cocodrilos y allí vio un huesito que apareció en una capa de arena a un par de metros de profundidad”.
Holmberg percibió que era un hallazgo importante y le envió el material a Florentino Ameghino, quien era el paleontólogo más importante de aquella época y fue clave en la historia en esta área de investigación para Argentina y América.
“En reconocimiento a quien había sido su descubridor, Florentino Ameghino nombró a esta nueva especie como Arctocephalus holmbergi ”, indicó Agnolin. Y agregó: “Pero, poco después, se perdió

el registro de donde estaban este resto fósil y este pequeño lobo marino pasó perdido más de cien años en el MACN, hasta ahora que lo reencontramos y pudimos reestudiarlo”.

jueves, 21 de febrero de 2019

Chrysocyon brachyurus, un canido del Pleistoceno, Holoceno y de la actualidad.



El aguará guazú, Chrysocyon brachyurus es el mayor de los cánidos sudamericanos vivientes. Probablemente debido a sus hábitos solitarios, nocturnos o crepusculares, no se cuenta con registros precisos acerca de su distribución en el pasado reciente.
Sus restos fósiles son conocidos durante el Pleistoceno al Holoceno reciente, e incluso, en datos históricos coloniales. En 2009 un estudio de ADN realizado por un equipo científico de la Universidad de California en Los Ángeles, confirmó que el pariente más cercano al aguará guazú es el lobo de las islas Malvinas (Dusicyon australis), extinto por los seres humanos en el siglo 19.
El estudio confirmó que ambas especies se separaron hace alrededor de 6,7 millones de años. Los cánidos solo lograron colonizar América del Sur hace unos 3 millones de años, en el evento llamado en paleobiogeografía el gran intercambio biótico americano.
Esto quiere decir que los linajes de ambas especies llegaron desde América del Norte ya distanciados. No se han hallado ejemplares fósiles de otras especies del género Chrysocyon, por lo que se supone que evolucionó independientemente desde el Pleistoceno. Es omnívoro, y obtiene la mayor parte de sus calorías de frutos (principalmente de la lobeira) y raíces tiernas; sin embargo, son buenos cazadores.

lunes, 18 de febrero de 2019

Viaje a la tierra de los dinosaurios. Cómo es el parque paleontológico más grande de Sudamérica.



El Parque GeoPaleontológico Proyecto Dino, en Neuquén, pertenece a la Universidad Nacional del Comahue y ofrece la posibilidad de estar en un ambiente con fósiles de hasta 100 millones de años atrás. Con guías que orientan, el recorrido permite ser testigo de las excavaciones de los científicos
A 90 kilómetros de la ciudad de Neuquén, en el suroeste de la Argentina, existe el único parque a cielo abierto de Sudamérica en el que se puede caminar, disfrutar y remontarse al pasado de hace 100 millones de años, cuando los seres humanos todavía no existían en el planeta.
Es un espacio para desconectarse de las preocupaciones y del celular, y encontrarse con rocas que fueron parte del supercontinente que luego se fragmentó, y sorprenderse con las historias de vida de los dinosaurios, cocodrilos, reptiles voladores y tortugas de otros tiempos. Además, la recorrida por el Parque GeoPaleontológico Proyecto Dino permite ser testigo directo del trabajo de científicos que hoy se encuentran en el lugar para excavar y extraer los restos de un dinosaurio herbívoro.
"Generalmente, los resultados de la investigación científica quedan entre colegas. Pero a través del Parque GeoPaleontológico tenemos la posibilidad de compartir con la comunidad los resultados de muchos hallazgos de dinosaurios y otras especies menos conocidas. Yo soy feliz al sentir que puedo volcar mis años de investigación en este parque y ver que la gente viene, observa, recorre, pregunta y se saca todas las dudas", contó a Infobae el doctor Jorge Calvo, a cargo del Parque, investigador en paleontología y profesor de la Universidad Nacional del Comahue.
 
Una vista general del Parque GeoPaleontológico, Proyecto Dino. Está compuesto por galpones, containers y tráilers, donde se ubican un Centro educativo, científico y cultural administrado por la Universidad Nacional del Comahue para el desarrollo de las Ciencias Geológicas y Paleontológicas
El Parque, de 130 hectáreas, se ubica en el kilómetro 65 de la Ruta Provincial 51. Es un emprendimiento científico que comenzó en el año 2002 a través de las investigaciones que llevaba a cabo el equipo de Calvo. Estuvo cerrado por limitaciones de fondos, pero en 2018 volvió a abrirse para todos los curiosos que quieran acercarse a un ambiente que permaneció casi inalterado desde hace millones de años, con mesetas de color rojizo y un imponente lago. Sólo se puede entrar con guías.
Paleontólogos y geólogos han estudiado el lugar, que está al norte del lago Barreales, y encontrado más de 1.100 piezas fósiles de vertebrados y alrededor de 300 restos vegetales. También se han recuperado restos de moluscos de agua dulce. Entre los restos de animales, se han hallado desde piezas de menos de 1 centímetro hasta otras que superan los 2 metros de longitud.
 
Una réplica de la cabeza del dinosaurio Giganotosaurus, que quiere decir “lagarto con diente de tiburón”. Fue uno de los dinosaurios carnívoros más grandes del mundo. Medía 15 metros de largo y 5 metros de altura. Cazaba en manada a gran velocidad
Se recorre luego la excavación del sitio Futalognko, un lugar que aún está en actividad y que es reconocido mundialmente que preservó los restos del "jefe gigante de los dinosaurios", el Futalognkosaurus dukei. Su nombre proviene de la lengua mapuche, y fue un titanosaurio de cuello largo, fuerte y carnoso, que vivió hace 93 millones de años en la Patagonia. Sus restos fueron descubiertos por el equipo de Calvo en el año 2000. "Es uno de los dinos gigantes más completos que se haya encontrado hasta hoy", según el libro Dinosaurios del fin del mundo, de Federico Kukso y Jorge A. González.
También se pueden ver los restos de otros dinosaurios como Megaraptor namunhuaiquii, que quiere decir "Ladrón gigante con lanza en el pie", con una garra en la mano de 43 centímetros de largo, que fue una especie de terópodo carnívoro descrita por el científico Fernando Novas en 1998. O asombrarse con Unenlangia paynemili, que el equipo de Calvo descubrió en 2004. En el 2017 se descubrió un reptil volador al que se lo llamó Argentinadraco barrealensis.
 
Jorge Calvo y asistente en el Laboratorio de Preparación de fósiles del Parque GeoPaleontológico. Allí los investigadores separan con un martillo los fósiles que encuentran de la roca que los rodea. En la foto, están trabajando con restos de una tortuga de 80 millones de años
Recientemente, se agregó una nueva especie a la lista de dinosaurios de la zona. Le llamaron Baalsaurus mansillai, y es otro dinosaurio saurópodo titanosaurio de Neuquén. Su cráneo habría medido 40 centímetros de largo. Baalsaurus hace referencia al yacimiento paleontológico Baal, ubicado a 800 metros del Proyecto Dino. Incluye "mansillai" como un reconocimiento al técnico Juan Mansilla, que encontró muchísimos restos fósiles y es preparador del Museo de Geología y Paleontología de la Universidad Nacional del Comahue. "Por su dentición, se demuestra que estos dinosaurios herbívoros abrían la boca y ya entraba la rama del árbol con sus hojas. La cerraban y las hojas quedaban adentro. Las ramas, en cambio, peladas. Eso mejoraba la calidad de los nutrientes que los dinosaurios ingerían, ya que no poseían muelas y no masticaban la comida".
Más adelante se visita la excavación Babilonia del Parque, donde hoy los paleontólogos están haciendo el trabajo de excavación e identificando un dinosaurio herbívoro desconocido, cuyos restos están en la ladera de la meseta. Allí también han aparecido raíces de plantas de dos metros de largo, dientes de carnívoros, invertebrados, como pelecípodos y ostrácodos. "Los estudios indican que el ambiente era un paleosuelo con mucha agua hace 90 millones de años", resaltó el doctor Calvo.
 
Los restos originales del dinosaurio Futalognkosaurus, con una imagen del paisaje que lo rodeó. Este dinosaurio es uno de los gigantes más completos que se hayan encontrado en el mundo. Medía 13 metros de altura, y pesaba 50.000 kilos. Vivió hace más de 90 millones de años. Se defendía con un cuello con espinas
El asombro también se produce dentro del Parque cuando se pisa el laboratorio donde se preparan los fósiles y luego se recorre el Museo de Geología y Paleontología, que incluye los fósiles originales y las réplicas de muchos de los hallazgos que se han realizado en la zona.
Consultado por Infobae, el paleontólogo Sebastián Apesteguía, investigador del Conicet en la Universidad Maimónides y de la Fundación Azara, opinó: "Toda actividad que represente una acción de toma de conciencia sobre el trabajo paleontológico real en la Argentina tiene que ser valorado y apoyado. Siempre consideré que el Parque GeoPaleontológico fue una idea positiva y un esfuerzo titánico. Sus creadores sacrificaron no solo sus vidas personales -ya que no es un sitio del que se pueda ir y volver en el día-, sino parte de su carrera científica. Los visitantes se van felices, motivados e informados. El Parque debería ser replicado en otras provincias".
Para visitar el Parque GeoPaleontológico, la entrada de acceso cuesta 250 pesos. Para jubilados, sale 125 pesos y los menores de 12 años pagan 80 pesos. Para extranjeros, la entrada es de 500 pesos. El Parque se encuentra en tierras de la comunidad mapuche Paynemil, con la cual los científicos van a trabajar en conjunto para el desarrollo sustentable del emprendimiento. Fuente Infobae- Viajes- Valeria Román. Imágenes internet.

viernes, 15 de febrero de 2019

Barrosasuchus neuquenianus, un cocodrilo de 70 millones de años en Neuquén.



La especie, denominada Barrosasuchus neuquenianus, fue hallada en Neuquén por el investigador del CONICET Rodolfo Coria.

Un grupo de investigadores argentinos y extranjeros liderados por el paleontólogo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Rodolfo Coria presentaron el esqueleto de Barrosasuchus neuquenianus, un cocodrilo de la familia de los peirosáuridos, que en vida llegó a tener dos metros de longitud y habitó hace 70 millones de años la zona de Sierra Barrosa, a treinta kilómetros de Plaza Huincul, en Neuquén. Si bien este tipo de cocodrilos fósiles se conocen desde hace más de sesenta años, la particularidad de este hallazgo es que, por primera vez, se encontró un esqueleto prácticamente completo -la única pieza que falta es la cola-. El trabajo fue recientemente publicado en la revista Cretaceous Research.

“Barrosasuchus es un aluvión de información peirosáurica”, indicó Coria, al reparar que el hallazgo incluyó el cráneo, el postcráneo, las mandíbulas, las patas, las manos, las costillas y las vértebras del cocodrilo peirosáurido. “Está absolutamente todo: lo único que no tenemos es la cola”, señaló el científico. “Encontrar ejemplares tan completos y tan bien preservados es muy extraño, especialmente de cocodrilos”.

El primer peirosaurio fue hallado sesenta años atrás en la localidad de Peirópolis, en el centro de Brasil. Más adelante, los científicos de la época notaron que ese ejemplar representaba a una familia de cocodrilos diferente a otras, y los denominaron peirosáuridos, por ser Peirosaurus el primer género reconocido de la familia. Estos cocodrilos, que habitaron en la era Cretácica, son abundantes y frecuentes en toda América del Sur, especialmente en la Patagonia, pero la mayoría de esos ejemplares se habían registrado de un modo muy fragmentario. “Hasta ahora se habían hallado trozos de mandíbula, de hocicos, cráneos incompletos, sin mandíbula –advirtió el paleontólogo del CONICET-. Si bien es frecuente encontrar restos de estos animales, y a veces los restos han permitido proponer especies nuevas, el hecho de encontrar esqueletos completos como Barrosasuchus es excepcional y totalmente único”.

El puntapié del hallazgo de este cocodrilo sucedió en febrero de 2001, cuando en una expedición conjunta del Museo Carmen Funes de Plaza Huincul, Neuquén y el Museo Royal Tyrrell de Paleontología de Canadá, a la localidad de Sierra Barrosa, ubicada a treinta kilómetros de Plaza Huincul, se colectaron numerosas piezas para estudiar en los años subsiguientes. “Allí encontramos huesos de dinosaurios carnívoros, herbívoros, mamíferos, pero nos llevó muchos años poder clasificar y registrar todo lo hallado en aquellas campañas de principio de este siglo. Por eso recién ahora logramos estudiar el ejemplar completo del cocodrilo y presentamos a Barrosasuchus”, advirtió Coria.

La etimología del nombre Barrosasuchus neuquenianus, el nombre con el que bautizaron este hallazgo, deviene de “Barrosa”, en alusión a la Sierra Barrosa, donde se encontró el espécimen, y “souchos”, del griego, en referencia a la divinidad egipcia con cabeza de cocodrilo y que es de uso normal en nombres científicos para especies de cocodrilos. Por otro lado, el nombre de la especie, “neuquenianus”, se eligió en referencia a la provincia de Neuquén.

Para Coria, “este ejemplar nos permite apreciar las maravillas que tenemos en la naturaleza y la fantástica fortuna que tenemos de que exista el proceso de fosilización, que nos permite atestiguar y observar restos de formas de vida extinguidas hace 70 millones de años en un estado tan bueno de preservación”.

La pieza más celebrada de las halladas fue el postcráneo: “Lo único que se conocía eran cráneos o fragmentos de cráneo. Barrosasuchus nos permite conocer muchísimo de la anatomía del resto de estos animales -las proporciones de las patas, el tipo de anatomía de las manos y de los pies, si las costillas eran rectas o curvas-, es decir, nos abre un ventanal de información que había permanecido cerrado a los científicos por muchos años, al menos sesenta años, desde que se describió el primer peirosáurido en Brasil”.


miércoles, 13 de febrero de 2019

Restos de un Gliptodonte en San Pedro.


Martín Barrionuevo es un vecino de San Pedro que hace un tiempo observó dos fragmentos de un objeto al que rápidamente asoció con los fósiles que periódicamente recupera el Museo Paleontológico.
 
Los dos trozos poseían dientes planos, largos y curiosos. Enseguida pensó que "aquello" debía acercarse al museo para su identificación y resguardo.
 
El Grupo Conservacionista recibió el material acercado por Barrionuevo y pronto se lograron conocer datos de aquel hallazgo. Una pasada por el taller del museo posibilitó su restauración y acondicionamiento permitiendo unir los fragmentos hasta lograr determinar que se trataba de la rama mandibular izquierda de un gran mamífero acorazado de la especie Glyptodon munizi
 
Aquellos animales, del grupo de los gliptodontes o armadillos gigantes, llegaron a pesar más de 1.200 kilogramos y su cuerpo estaba cubierto por una gruesa "armadura" o coraza que tenía unos 5 centímetros de espesor en los ejemplares adultos.
Eran herbívoros y recorrían la llanura en busca de pastos a los que trituraban con sus dientes planos adaptados para machacar vegetales. Las evidencias recabadas en nuestra zona permiten inferir que eran animales gregarios, es decir, que se mantenían en grupos o manadas.
 
La mandíbula fosilizada recuperada por Martín Barrionuevo proviene de la zona de barrio La Tosquera, un sector de nuestro partido donde el grupo del Museo Paleontológico viene observando y recuperando evidencias de la presencia de un antiguo y extenso pantano donde quedaron atrapados numerosos representantes de la fauna que habitó el norte de Buenos Aires hace unos 700.000 años, durante la etapa final de la edad Ensenadense. 
 
La pieza acercada por Barrionuevo, de unos 35 centímetros de longitud y muy completa, contribuye a sumar datos, ejemplares y materiales de estudio para continuar la reconstrucción de aquel momento en la prehistoria de la región.

lunes, 11 de febrero de 2019

Glossotherium robustum, un gran perezoso del Pleistoceno.



Fue un género extinto de perezosos gigantes de América del Sur de la familia Mylodontidae. Poseían gran tamaño y hábitos terrestres, corpulento, con cabeza grande y una cola larga y pesada.
Los pies largos y con garras envueltas hacia adentro al igual que los otros Pilosa descriptos, por lo tanto caminaba apoyando sus nudillos. Es probable que pudiera ponerse en dos patas y mantener el equilibrio con la cola, utilizando sus garras para llevarse el alimento a la boca.
Tenía 3.5 metros de largo y 1,7 de alto. Su masa estimada fue de una tonelada y su extinción ocurrió durante el Holoceno medio, hace 8 mil años antes del presente. Su cuerpo estaba cubierto por una espesa y densa pelambre y embebidos en la piel se encontraba un gran número de huesillos (osteodermos), en forma y tamaño variables, generalmente superiores a un centímetro de diámetro.
Los restos completos rescatados en la Argentina son muy escasos. Su habito alimenticio era variado, constituido de hojas de graminias, arbustos y árboles. Sus primeros registros corresponden a la Formacion Vorohue. Su extinguieron el clima cambiante, junto con la posible caza humana fue reduciendo el número de individuos hasta su desaparición.
El último registro de un animal con vida es de 8000 años de antigüedad, a unos 160 km de Buenos Aires, Argentina, donde ha sido descubierto el fósil más reciente. Foto de esqueleto de adulto y juvenil en el Museo de La Plata, cráneo en el Museo Paleontológico de San Pedro y aspecto en vida.

viernes, 8 de febrero de 2019

Chlamydotherium paranense, un armadillo de gran tamaño en el Plioceno.


Fue un enorme dasipodido Pampatheriidae, pero algo mayor que Pampatherium del Pleistoceno. Presenta un caparazón con escudete escapular y pelviano diferenciados, corto el anterior y prolongado el posterior, divididos por unas pocas bandas móviles.
Compuesto por placas grandes, con una amplia figura central como en la mayoría de los representantes de la familia. Tenía un cráneo proporcionalmente más robusto que el Pampatherium, con 36 dientes en sus mandíbulas. Patas largas a comparación con otros dasipodidos, pero igualmente anchas y fuertes.
Cola con placas y escamas óseas y corneas. Alimentación muy variada, constituida principalmente desde plantas hasta cadáveres en buen estado de descomposición. Entre las ciudades de Miramar y Mar del Plata se pueden observar una variedad increíble de paleocuevas atribuidas a este género o alguna especie morfológicamente similar.
Desde el siglo pasado hasta nuestros días, los investigadores han discutido y planteado distintas teorías sobre si estos pampateridos están más relacionados con los gliptodontes que con los dasipodidos. Otras especies relacionadas; Holmesina paulacoutoi, Kraglievichia paranensis, Scirrotherium, Vassallia y Plaina. Imanes de internet.

martes, 5 de febrero de 2019

Bajadasaurus pronuspinax, una nueva especie de dinosaurio saurópodo de Neuquén.



Fue bautizada con el nombre de Bajadasaurus pronuspinax. Investigadores del CONICET fueron responsables del hallazgo.
Los saurópodos son un grupo de dinosaurios herbívoros y cuadrúpedos que vivieron entre el Triásico Tardío y el final del Cretácico Superior  -cuando se produjo la extinción masiva del Cretácico-Paleógeno- caracterizados por su gran tamaño y el largo de su cuello y cola.

Recientemente, un equipo de paleontólogos del CONICET del Área de Paleontología de la Fundación Félix de Azara (Universidad Maimónides) y del Museo Paleontológico “Ernesto Bachmann” (Villa El Chocón, Neuquén) encontró en el norte patagónico, más precisamente en la formación geológica conocida como Bajada Colorada, una nueve especie de saurópodo a la que nombraron Bajadasaurus pronuspinax, en simultánea alusión a la localidad en la que fue hallado y a las largas espinas inclinadas hacia delante que caracterizan su cuello. Los resultados de su estudio fueron publicados hoy en Scientific Reports.

La nueva especie pertenece a la familia de los dicreosáuridos, distinguida por largas espinas que cubren su cuello y espalda como continuación de sus vértebras, y vivió a comienzos del Cretácico Inferior hace alrededor de 140 millones de años. A este grupo de saurópodos pertenece también Amargasaurus cazaui, especie que habitó el continente sudamericano unos 15 millones de años después que Bajadasaurus y que fue hallada en Neuquén en la década del ´80 por el paleontólogo argentino José Bonaparte.

“La funcionalidad de las largas espinas en los dicreosáuridos es aun motivo de controversias entre los paleontólogos. Con el hallazgo de Bajadasaurus creemos que se puede arrojar claridad sobre algunas cuestiones”, afirma Pablo Gallina, investigador adjunto del CONICET en la Fundación Félix de Azara y primer autor del trabajo.

Algunas de las hipótesis formuladas indican que estas espinas servían de soporte de una especie de vela que regulaba la temperatura corporal de los dinosaurios o que conformaban una cresta de exhibición que les otorgaba mayor atractivo sexual. También se especuló, por ejemplo, que estas especies podrían haber tenido una joroba carnosa entre las espinas que servía para almacenar reservas.

Otra presunción es que las espinas estaban cubiertas con fundas de cuerno que cumplían una función defensiva frente a potenciales ataques.

“Nosotros creemos que las largas y puntiagudas espinas -extremadamente largas y finas- en el cuello y la espalda de Bajadasaurus y Amargasaurus  debían servir para disuadir a posibles predadores. Sin embargo, pensamos que si sólo hubieran sido estructuras de hueso desnudas o forradas únicamente de piel podrían haber sufrido roturas o fracturas fácilmente con un golpe o al ser atacados por otros animales. Esto nos lleva a sugerir que estas espinas debieron estar protegidas por una funda córnea de queratina similar a lo que sucede en los cuernos de muchos mamíferos”, explica Gallina.

El estudio del cráneo, el mejor preservado mundialmente para un dinosaurio dicreosáurido, sugirió a los investigadores que estos animales pasaban gran parte del tiempo alimentándose de plantas del suelo mientras las cuencas de sus ojos, cercanas al techo del cráneo, les permitían controlar lo que sucedía en su entorno.

“La importancia de este estudio radica, entre otras cosas, en que nos permite conocer un poco más sobre los dinosaurios que habitaron la zona de Patagonia Norte mucho antes del reinado que ejercieron durante el Cretácico Superior grupos de dinosaurios como los saurópodos titanosaurios o los terópodos abelisaurios sobre los que sabemos mucho más.

Es con este objetivo que desde 2010 venimos explorando la zona de Bajada Colorada donde encontramos rocas de 140 millones de años atrás”, concluye el investigador. Ilustración del paleoartista Jorge A. González. Fuente Conicet.

Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm

sábado, 2 de febrero de 2019

Las gigantescas serpientes de la antigua Patagonia.


Los boidos o boas son una familia de serpientes constrictoras, es decir que matan a sus presas por constricción, encerrándolas en sus anillos. A diferencia de sus cercanas parientes, las pitones (Pythonidae), son ovovivíparas. A ambos lados de la cloaca presentan espolones, que son vestigios de las patas posteriores locomotoras.
Entre las boas se encuentran algunas de las especies de serpientes más grandes. Pero en el actual desierto patagónico, hace unos 15 millones de años existía una exuberante selva, semejante a la amazónica, con grandes lagartos, perezosos, monos y mucho más.
Hace algunos años atrás, un Paleontólogo del Museo Argentino de Ciencias Naturales de Buenos Aires se encontraba revisando las colecciones de dicha institución, hallo el fragmento de una enorme vértebra que, en un principio, fue atribuida a restos de un Dinosaurio.

Al consultar los registros del inventario del Departamento de Paleontología de Vertebrados "Florentino Ameghino" del Museo, se dieron cuenta los investigadores de que se trataba de un enorme vertebrado que vivió durante el Terciario, mucho después de la desaparición de los grandes reptiles de la Era Mesozoica.

La pieza en cuestión fue hallada por el Geólogo Roberto Ferello en el año 1953, en sedimentos de origen continental de la zona comprendida entre los lagos Musters y Colhue Huapi, al sur de la Provincia de Chubut. Hoy sabemos que esta vértebra pertenece al Ofidio (Serpientes y víboras) más grande de todos los tiempos. Calculamos después de hacer varias comparaciones con especies vivientes y extinguidas, este enorme animal midió unos 20 metros de largo.

Su cráneo tuve que medir unos 70 centímetros, con lo que la abertura bucal le permitía engullir presas de más de un metro de circunferencia, como los Astrapotherios y otros Notoungulados de la época.
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