jueves, 1 de agosto de 2024

Araripesuchus manzanensis, un nuevo cocodrilo terrestre del Cretacico del noroeste de Río Negro.



Estudio a cargo de investigadores del CONICET, Universidad Maimonides y la Fundación Azara; la Facultad de La Plata y el Museo Argentino de Ciencias Naturales.

Dientes más, dientes menos, todos conocemos a los cocodrilos y a sus primos los yacarés. Todos comparten el ser grandes reptiles con dientes afilados que viven en ríos o pantanos de todos los lugares calurosos del mundo (zonas tropicales de América, África, Asia y Oceanía). Sin embargo, en el pasado, la cosa era distinta. Para empezar, los primeros cocodrilos se originaron como animales terrestres en ambientes desérticos y, con el tiempo, fueron ocupando otros espacios. Para mediados del período Cretácico (unos 100 millones de años atrás), los cocodrilos ocupaban muchos de los modos de vida que hoy ocupan los mamíferos, como los cocodrilos-orca (Dakosaurus) con aletas, en los mares neuquinos, hasta los cocodrilos-armadillo, herbívoros excavadores de Brasil. Por cierto, ¡quedaría en ridículo quien dijera que se mantuvieron iguales desde la época de los dinosaurios!

Hace 100 millones de años había un desierto entre Neuquén y Río Negro, y sus arenas quedaron preservadas en el Área Paleontológica de La Buitrera, en la Provincia de Río Negro, parte del Área Protegida Valle Cretácico. Hoy podemos encontrar los fósiles de muchos de los animales pequeños y medianos que morían en las arenas del desierto, pues quedaban rápidamente cubiertos (y protegidos) por la arena. Entre ellos se encuentra un grupo particular de cocodrilos: los araripesuquios (formalmente pertenecen a la familia Uruguaysuchidae), de no más de un metro de largo y 40 cm de alto.

A diferencia de los cocodrilos modernos, que tienen las fosas nasales y los ojos bien arriba en el cráneo (lo que les permite respirar con el cuerpo sumergido), los araripesuquios tenían un hocico angosto con las fosas nasales al frente, ubicadas del mismo modo que las de un perro o un zorro. Sus ojos se hallaban a los costados de la cabeza y los brazos y piernas, en lugar de salir hacia los costados, se ubicaban bien debajo del cuerpo, llevando su panza lejos del suelo y permitiéndoles ser animales ágiles que recorrían al trote el desierto buscando comida animal o vegetal, de un modo más parecido al de los zorros actuales que al de otros cocodrilos. Por eso los conocemos como cocodrilos-zorro.

Dado que no hacía mucho que el océano Atlántico se había formado, dejando de un lado a Sudamérica y del otro a África, todavía existían especies similares a ambos lados del océano. Por eso, de las 6 especies conocidas de Araripesuchus, tres son de África y tres de Sudamérica.

En Argentina se conocen hasta el momento dos especies, de la misma época, A. patagonicus, de Neuquén y A. buitreraensis, de Río Negro. Araripesuchus buitreraensis fue publicada por Diego Pol y Sebastián Apesteguía, investigador de Fundación Azara y UMAI, en el año 2005 y fue descubierto en la localidad de La Buitrera, cerca de Cerro Policía.

En esta ocasión presentamos a una tercera especie, encontrada en la misma zona: Araripesuchus manzanensis, descrita por investigadores del CONICET (Argentina), trabajando en distintas instituciones: la Dra. María Lucila Fernández Dumont y el Dr. Sebastián Apesteguía, el Dr. Diego Pol del Museo Argentino de Ciencias Naturales y la Dra. Paula Bona, del Museo de La Plata.

Esta nueva especie se diferencia de las anteriores por sus dientes posteriores menos puntiagudos, más redondeados. Esos dientes, que llamamos molariformes, tienen una corona bulbosa con pequeños abultamientos en el borde de una de las superficies de oclusión, mucho más planas que las de los animales carnívoros. Este tipo de dientes recuerda a los que podríamos ver en algunos mamíferos que comen animales pequeños de caparazón duro, como caracoles e insectos. A esta dieta se la conoce como durófaga.

El nuevo material fue hallado en La Buitrera, una localidad fosilífera situada cerca de Cerro Policía, en el noroeste de Río Negro, a unos 1.300 kilómetros de Buenos Aires. A lo largo de 25 años desde su descubrimiento, La Buitrera ha aportado a la ciencia una impresionante lista de hallazgos completamente nuevos como dinosaurios carnívoros pequeños (Buitreraptor, Alnashetri), herbívoros acorazados (Jakapil), reptiles esfenodontes herbívoros (Priosphenodon) y carnívoros (Tika), lagartijas, serpientes con patas (Najash), pequeños mamíferos de hocico largo (Cronopio), tortugas de agua (Prochelidella) y peces pulmonados.

El trabajo fue publicado en la revista científica Journal of Systematic Palaeontology con el título en inglés «A new species of Araripesuchus with durophagous dentition increases the ecological disparity among uruguaysuchid crocodyliforms». El estudio realizado cuenta con una descripción detallada enfocada en dos cráneos casi completos (de no más de 10 cm de largo) además de una mandíbula con la porción anterior del cráneo. Se realizaron tomografías computadas para una mejor descripción de los huesos que se encontraban cubiertos de sedimento, una fuerte arenisca anaranjada, y que no podían limpiarse debido a la fragilidad del material. Además, se tomaron fotografías detalladas de los dientes con un microscopio electrónico de barrido. Por último, se realizó un análisis filogenético (de parentesco) para comprobar cómo estos cocodrilos se relacionaban con el resto, tanto actuales como extintos.

El nombre de la especie fue elegido para honrar a «El Manzano», un establecimiento rural, conocido en la década de 1920 como «Rancho de Ávila», donde las familias Pincheira y Zúñiga han brindado desde 1999 con enorme amabilidad su lugar y cuidados para que el equipo de trabajo pudiera acampar y guarecerse de las condiciones más hostiles de campo adentro en las numerosas campañas paleontológicas a La Buitrera.

Ahora, una vez colectados, limpiados, ordenados y estudiados, los materiales fósiles originales han retornado al Museo Provincial Carlos Ameghino de la ciudad de Cipolletti, Río Negro, donde se encuentran depositados.

El más importante de los especímenes fue descubierto en MED 3, uno de los sitios dentro de la localidad de La Buitrera, donde afloran los niveles superiores de la Formación Candeleros, de hace entre 93 y 100 millones de años. Mientras que en Neuquén esta unidad geológica fue depositada por ríos que bajaban desde la serranía de la Dorsal de Huincul hasta desaguar en una gran laguna poco profunda, en Río Negro, en cambio, los ríos estacionarios no llegaban a la laguna y se secaban entre las arenas de un vasto desierto, el Kokorkom, o desierto de los huesos, donde grandes dunas se formaban y deformaban a merced de los vientos que venían del oeste. Las arenas depositadas, endurecidas, compactadas y petrificadas, se conocerían luego como Formación Candeleros.

Un detallado estudio desarrollado por los geólogos Gonzalo Veiga, Joaquín Pérez Mayoral y Sabrina Lizzoli, del CIG (La Plata), María Lidia Sánchez, Estefanía Asurmendi, David Candia Halupczoc y Soledad Gualde (U.N. de Río Cuarto), nos permitieron conocer los detalles ambientales donde, con sus etapas áridas y húmedas, se contraían y expandían los márgenes del viejo desierto Kokorkom permitiendo la increíble preservación de los fósiles del Área Paleontológica de La Buitrera, que es hoy conocida como un ‘lagerstätten’, uno de los sitios de preservación fosilífera excepcional a nivel mundial.

Aunque el equipo lleva 25 años estudiando la misma zona, la naturaleza no tiene prisa en desenterrar sus tesoros, y sólo el trabajo extendido y sistemático fue capaz de mostrar que había otras especies en una zona que ya se pensaba bien conocida. De hecho, la dentición durófaga de Araripesuchus manzanensis indica que hubo diferencias dietarias entre ellos, una variación en la alimentación entre cocodrilos de la misma localidad y del mismo género, aumentando con ellos la complejidad del ecosistema, así como la diversidad taxonómica y ecológica de este grupo de cocodrilos terrestres del desierto, un sitio donde la provisión diaria de agua y alimentos determina con dureza la supervivencia de los individuos. Así, los huesos de estos nuevos materiales fósiles aumentan nuestro conocimiento acerca de los distintos cocodrilos terrestres que recorrían nuestro territorio a mediados del período Cretácico en los restos del ya fragmentado continente de Gondwana. Ilustracion de Gabriel Díaz Yantén (@paleogdy). Fuente; maimonides.edu

Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm