jueves, 11 de abril de 2024

Titanomachya gimenezi, una nueva especie de sauropodo gigante de la Patagonia Argentina.

 





El “Titanomachya gimenezi” vivió hace más de 65 millones de años y era 10 diez veces más pequeño que otros de su especie. Los detalles del hallazgo realizado en Chubut y por qué podría brindar datos únicos sobre la evolución en el periodo Cretácico

Un nuevo descubrimiento significativo sacudió a la paleontología. Un equipo de investigadores del CONICET encontraron los restos fósiles de un tipo de titanosaurio denominado Titanomachya gimenezi, que vivió hace unos 66 millones de años, al final del período Cretácico. Se estima que pesaba aproximadamente 7 toneladas y era diez veces más pequeño que otros de su especie.

Los restos fueron hallados en la formación La Colonia, ubicada en la provincia de Chubut. Se trata del segundo dinosaurio encontrado en este lugar, pero el primer saurópodo, es decir que pertenece al grupo de los vertebrados terrestres más grandes en la historia evolutiva, caracterizados por ser herbívoros. El descubrimiento se realizó en el marco de una campaña efectuada por investigadores del CONICET en el Museo de La Plata (MLP, UNLP) y el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF) de Trelew.

Según indicaron, su tamaño era pequeño en relación con otros gigantes encontrados en Chubut, como el Patagotitan mayorum, que se calcula medía casi 40 metros de largo, con un cuello de 12 metros y un peso estimado en 70 toneladas. El T. gimenezi habitó la Patagonia durante el Maastrichtiano, la última edad del periodo Cretácico que precedió a la extinción masiva.

Según señalaron, las reconstrucciones ambientales de la formación La Colonia “indican que por entonces esos ambientes estaban dominados por estuarios o albuferas, es decir que su entorno contaba con una variada flora que incluía palmeras, plantas acuáticas con flores y coníferas”. Los detalles del hallazgo fueron publicados en la revista científica Historical Biology.

Agustín Pérez Moreno, becario posdoctoral del CONICET y autor principal del estudio, fue quien lideró las excavaciones que permitieron recuperar partes de los miembros, fragmentos de costillas y una vértebra caudal del dinosaurio. “El proceso de extracción fue muy minucioso e involucró a diez personas, ya que requirió embochonar o recubrir los restos con camisas de tela de arpillera y yeso para protegerlos antes de su traslado a los laboratorios del MEF”, detalló el científico.

A diferencia de otros saurópodos descubiertos en la misma región, como el Patagotitan mayorum, T. gimenezi se caracteriza por su tamaño relativamente pequeño. “La morfología del astrágalo –hueso responsable de distribuir la fuerza procedente de la tibia en el interior del pie– nunca fue vista antes en otros titanosaurios y muestra rasgos intermedios entre los linajes Colossosauria y Saltasauroidea, lo que destaca su importancia evolutiva. Además, estudios filogenéticos han revelado que precisamente es miembro del gran linaje de los Saltasauroidea”, comentó el investigador.

Esta particularidad destaca la relevancia evolutiva del dinosaurio y contribuye a la comprensión de la diversidad de los titanosaurios durante el Cretácico Superior. La investigación arroja luz sobre las especies de saurópodos que habitaron la Patagonia durante el Maastrichtiano, la última edad del período Cretácico y ofrece datos valiosos sobre los ecosistemas de la época.

“La formación es conocida por haber revelado diversos fósiles, desde dinosaurios carnívoros y plesiosaurios hasta tortugas y otros reptiles. Los hallazgos en La Colonia no solo ofrecen información crucial sobre las poblaciones de saurópodos en la Patagonia durante el final del período Cretácico, sino también sobre la diversidad de los ecosistemas de la región en ese momento”, apuntó Pérez Moreno.

A su vez, el paleontólogo agregó que “Titanomachya gimenezi marca el inicio de una serie de descubrimientos esperados en la formación La Colonia y, a medida que el proyecto avance, se anticipa la revelación progresiva de nuevas especies de dinosaurios, acompañadas de reconstrucciones paleoecológicas y ambientales que proporcionarán una visión más completa del mundo prehistórico en el que estos magníficos animales vivieron y desaparecieron”.

“Se erige como un descubrimiento intrigante que añade una nueva perspectiva a la rica historia de los dinosaurios saurópodos de la Patagonia durante el Cretácico Superior y abre la puerta a futuras investigaciones que profundicen en la diversidad y evolución de estos majestuosos gigantes”, sumó el investigador.

En cuanto al nombre, Pérez Moreno señaló que “es especialmente apropiado, ya que Titanomachya gimenezi procede de la época en que se extinguieron los titanosaurios”. A su vez, en “la palabra gimenezi rendimos homenaje a la fallecida científica Olga Giménez, quien fue la primera paleontóloga en estudiar los dinosaurios de la provincia de Chubut. Su legado ha dejado una huella imborrable, y esta denominación busca honrar su contribución pionera a la comprensión de la rica historia paleontológica de la región”.

Por su parte, el paleontólogo Diego Pol, del Museo Paleontológico Egidio Feruglio, destacó que “antes de este descubrimiento, no había registros de dinosaurios saurópodos en esta región”, siendo que “los restos estaban desarticulados pero colocados muy cerca unos de otros”. Según estimó, tras hallar costillas, vértebras, huesos de las extremidades y parte de una cadera, el dinosaurio tenía las dimensiones corporales de una vaca grande y un cuello y una cola largos, alcanzando unos seis metros de largo.

“Los hallazgos en La Colonia no solo ofrecen información crucial sobre las poblaciones de saurópodos en la Patagonia durante el final del período Cretácico, sino también sobre la diversidad de los ecosistemas de la región en ese momento”, ya que “la formación es conocida por haber revelado diversos fósiles, desde dinosaurios carnívoros y plesiosaurios hasta tortugas y otros reptiles”, afirmó el además explorador de National Geographic.

Según advirtieron los investigadores, esta es una de las campañas que se realizan en la zona. Posteriormente, se realizarán otras junto a profesionales del Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología (IIPG, CONICET-UNRN). Cabe destacar que el hallazgo se llevó a cabo en el marco del proyecto “Fin de la Era de los Dinosaurios en Patagonia”, financiado por National Geographic, que tiene como objetivo investigar todos los aspectos biológicos y ecológicos de la época en la que se extinguieron los dinosaurios no avianos. Fuente: Infobae.

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martes, 9 de abril de 2024

Opisthodactylus kirchneri. ¿Qué tan rápido era el ñandú más grande de América del Sur que habitó el noroeste argentino?

 

El equipo científico –interdisciplinario-, logró dilucidar aspectos paleobiológicos del mayor ñandú que pobló los suelos de América del Sur –específicamente en zonas del noroeste argentino-, gracias a la utilización de estudios de biomecánica, geometría y morfología funcional.

El ejemplar en cuestión corresponde a un ave terrestre extinta con incapacidad de vuelo, muy similar a los ñandúes que hoy viven en América del Sur y con los que se encuentra emparentado filogenéticamente –tal lo demuestran los estudios de ancestralidad y descendencia (i.e., Análisis Filogenéticos) de este fósil conocido en en 2017 con el nombre de "Opisthodactylus kirchneri", fruto del trabajo de Jorge Noriega, director del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del CICYTTP, Centro que integra el CONICET Santa Fe.

La investigación, recientemente publicada en la revista internacional GEOBIOS, ha permitido revelar los aspectos paleobiológicos de esta ave extinta, a partir de fósiles hallados que se estudian a través de estimaciones con formas vivientes emparentadas filogenéticamente, “como comúnmente se conocen a las relaciones de ancestralidad y descendencia entre las especies”, según explica Raúl Vezzosi –especializado en paleontología de vertebrados con énfasis en aves y mamíferos de América del sur-.

En cuanto a la procedencia de los fósiles -Mioceno tardío, en los últimos 7 millones de años-, corresponden a lo que su colector, (Alfredo Castellanos, médico aficionado a la Paleontología), denomina como 'Araucanense medio', se corresponden con depósitos geológicos situados al noroeste de Agua del Chañar, en el Valle de Santa María, de la provincia de Tucumán. Sobre los fósiles, estudiados previamente por Jorge Noriega, precisa Raúl Vezzosi que “se corresponden a restos de huesos de ambas extremidades posteriores, representados por un fémur, tibias, tarsosmetatarsos y huesos de los dedos”.

A través de la confección de bases de datos -integradas en modelaciones matemáticas y estudios biomecánicos logrados en base a un modelo desarrollado por los científicos  del grupo para aves carnívoras terrestres extintas incapaces de volar –cursoriales,  conocidas como 'aves del terror'-; los investigadores obtuvieron información relevante de las diferentes especies de aves terrestres vivientes con grandes extremidades posteriores que hoy habitan el hemisferio sur; como los ñandúes sudamericanos, el avestruz africano, el emu australiano y el casuario austral de Indonesia. Al respecto, explica Vezzosi que “la información obtenida de las proporciones anatómicas que forman las extremidades posteriores de estas aves vivientes, permitieron las comparaciones con las extremidades de la especie extinta”.

Washington Jones (paleontólogo, especializado en aves fósiles de América de Sur), explica que “pudimos conocer el peso corporal –a través de las proporciones de masa- y así logramos estimar cómo se desplazaba en carrera el ñandú extinto de América del Sur, revelando así la máxima velocidad de carrera.  Por su parte, Ernesto Blanco -físico especializado en Paleobiología y biomecánica-, explica que “los resultados obtenidos a partir de ecuaciones alométricas (dimensiones en tamaño), permitieron conocer que Opistodacthylus kirchnerii fue un ñandú proporcionalmente grande, con extremidades posteriores largas y más robustas que las observadas en los ñandúes vivientes”.

La investigación permitió también hacer la estimación del peso corporal –en unos 35 kilogramos-, lo cual permitió reconocer una relación de proporcionalidad con los registros de ejemplares adultos de Rhea americana (10.5–40 kg), del emú australiano Dromaius novahollandiae (17.7–48 kg) y del casuario austral Casuarius casuarius (29.2–58.5 kg) de Indonesia y Nueva Guinea.

A pesar de ser un ave cursorial (aquellas adaptadas para correr), con extremidades posteriores largas y robustas y con una masa corporal importante, las proporciones de sus extremidades posteriores no le permitieron ser un buen corredor –tal como lo son los avestruces y ñandúes. Por esto, los llamativos 50 km/h que lograba adquirir en carrera, no eran suficientes para superar en velocidad a las especies vivientes; aunque puede que haya logrado adquirir un desplazamiento similar a las especies de Indonesia y Australia.

Para concluir, señala Washington Jones, que “el hecho de haber logrado preservar parte de los dedos de sus extremidades posteriores,  nos permitió estudiar en detalle estos elementos anatómicos, a partir de lo que interpretamos que este segmento distal habría brindado adaptaciones particulares ante las condiciones paleoambientales imperantes durante el Mioceno tardío de América del Sur, las que resultarían diferentes a las de sus parientes actuales de América del Sur y más próximas con las originarias de Indonesia, Nueva Guinea y Australia, como los emus o casuarios”.Fuernte: Conicet.

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sábado, 6 de abril de 2024

Paleo, Revista Argentina de Paleontología Nº 179, Abril de 2024.

 

Contenidos de la Revista Paleo:

01- Las Aves del Terror fueron los primeros grandes depredadores de la Antártida durante el Eoceno.

02- Franconiasaurus brevispinus, una nueva especie de plesiosaurio del Jurasico de Alemania.

03- Peltocephalus maturin, una tortuga gigante de agua dulce descubierto en el Pleistoceno de la Amazonía Peruana.

04- Pseudocarcinus, un cangrejo gigante en el Mioceno de Nueva Zelanda.           

05- Riojavenatrix, una nueva especie de dinosaurio carnívoro en el Cretácico de España.

06- El bosque más antiguo de la Tierra revelado en fósiles de Somerset.

07- Un raro fósil de árbol en 3D puede ser el primer vistazo al sotobosque.

08- Nuevo sitio del período Ordovícico de importancia mundial descubierto en el sur de Francia.

09- La transición de los seres vivos acuáticos hacia tierra firme.

10- Imparavis attenboroughi, un ave enantiornitino del Cretácico, fue el primero de su especie en tener pico desdentado.

11- Garzapelta muelleri, un nuevo antecesor del cocodrilo en el Triasico.

12- En el planeta llovió durante dos millones de años sin parar.

13- Pebanista yacuruna, una nueva especie de delfín gigante en el Mioceno de las Amazonas.

14- Bustingorrytitan Shiva, una nueva especie de sauropodo gigante en el Cretácico de la Patagonia Argentina.

15- Cosmoselachus mehlingi, una nueva especie de Tiburón del Devónico de Estados Unidos.

16- Khinjaria acuta, una nueva especie de Mosasaurio del Cretácico de Marruecos.

17- Una nueva investigación ayuda a los paleontólogos a comprender los fósiles de caballos y los que faltan en el registro.

18- En paleontología, los nombres correctos son claves para un estudio preciso.

Artículos de Divulgación en la Revista

01- Tortugas y arcosaurios en los inicios del Mesozoico.

02- La evolución temprana de las asteráceas.

Paleo Breves: Noticias en pocas líneas.

01- Las formidables características del tiranosaurio.

02- La transición de los seres vivos acuáticos hacia tierra firme.

03- Insectos que vivieron justo antes de la última extinción masiva.

Contenidos Permanentes de la Revista:

01- A modo de Editorial.

02- El fósil destacado. Sarkastodon mongoliensis.

03- Libros recomendados.

04- Sitios Web Sugeridos.

05- Congresos/Reuniones/Simposios.

16- Museos para conocer.

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miércoles, 3 de abril de 2024

Marambionectes molinai, una nueva especie de reptil marino del Cretácico de la Antártida.




 

El descubrimiento de un grupo de investigadores del CONICET permite echar luz sobre un proceso evolutivo desconocido hasta ahora y comprender la conexión entre otros géneros hallados en Chile, Nueva Zelanda y la Antártida occidental,

Apareció como una piedra en el camino, pero no metafóricamente sino solo en sentido literal, cuando el investigador del CONICET José O’Gorman tropezó con un bulto semienterrado cerca de la Base Marambio, principal nodo logístico argentino en la Antártida. Era febrero de 2018 y el científico cerraba una jornada de trabajo junto a colegas durante una campaña en el continente blanco. Su olfato le aconsejó no seguir de largo y, en cambio, demorar la vuelta unas horas para cavar en el lugar y averiguar de qué se trataba. Pocas semanas después esa protuberancia en la tierra se convertía en una de las más de ochenta vértebras de la columna de un elasmosáurido, un reptil marino que convivió en la última etapa de los dinosaurios, y al que se le calcula una antigüedad de poco más de 67 millones de años. El hallazgo se publicó en la revista Journal of Systematic Palaeontology.

“Empezamos cavando por la línea del cuello, a contrarreloj y con mucha expectativa frente a la idea de llegar al cráneo, una parte que pocas veces se conserva”, relata O’Gorman, investigador en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) y primer autor del trabajo. Enorme fue la sorpresa cuando al final del recorrido encontraron lo que esperaban, y ese hallazgo es una de las perlas del descubrimiento, pero no la única. “El estado de preservación general es excepcional, incluso del material craneano, aunque no está completo. Y se trata de restos articulados, lo cual tampoco es frecuente. Por si fuera poco, pudimos confirmar no solo que es una especie nueva, sino que tiene características particulares que nos permiten ubicarla como una forma de transición entre dos grupos que habitaron el hemisferio sur, echando luz al proceso evolutivo y la conexión entre otros géneros hallados en Chile, Nueva Zelanda y la Antártida occidental”, añade el experto.

El nuevo espécimen fue bautizado Marambionectes molinai en honor, por un lado, a la base Marambio y, por otro, a Omar José Molina (1937-2022), integrante del Museo de La Plata, primer técnico en la paleontología argentina en ir a trabajar a la Antártida en la década de 1970. Los restos colectados incluyen el tronco y parte de la cola, de las extremidades, del cuello y del cráneo, como así también unas piedras estomacales llamadas gastrolitos, posiblemente utilizadas para realizar la digestión mecánica de los alimentos. Fueron extraídos en su totalidad en aquella primera campaña, una experiencia intensa y agotadora que se vio interrumpida por una tormenta de nieve de varios días que aisló al equipo de investigación en un refugio a la espera de mejores condiciones climáticas que les permitiera concluir el trabajo.

Una vez extraído, M. molinai fue cuidadosamente trasladado a Buenos Aires para ser ingresado en la colección de Paleovertebrados del Instituto Antártico Argentino (IAA), organismo encargado de coordinar las campañas antárticas, para viajar un año después a la localidad neuquina de Villa El Chocón, donde comenzó su preparación en el laboratorio del Museo Municipal Paleontológico, Arqueológico e Histórico “Ernesto Bachmann”. De acuerdo a la explicación del investigador, “los huesos fósiles están en una concreción muy dura que después hay que quitarle con un martillo neumático, una pequeña herramienta similar al torno de un dentista pero muy potente, que va eliminando esa roca”. Es una tarea muy precisa de protección y limpieza que lleva tiempo –en este caso fueron dos años– y que debe ser realizada por personal especializado.

Cabe mencionar que los elasmosáuridos forman parte del grupo de los plesiosaurios, reptiles que se adaptaron secundariamente a la vida acuática. Vivieron durante el Mesozoico, que se extendió entre los 250 y 66 millones de años atrás, y se extinguieron junto con los dinosaurios. Históricamente se los ha considerado depredadores activos, consumidores de peces y otros organismos que nadan activamente, aunque en los últimos años fue tomando mayor peso la hipótesis de que un grupo, llamado aristonectinos, habrían desarrollado un modo de alimentación más similar a la filtración de agua –como hacen, por ejemplo, las ballenas barbadas–, que a la captura de presas individuales. “Si bien M. molinai no es un aristonectino, sus características indican que se trata de una especie cercanamente emparentada con ellos, y de ahí que su aparición nos permitirá conocer más sobre los diversos aspectos evolutivos entre estos animales extintos”, concluye el investigador. Fuente Conicet.

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