domingo, 13 de abril de 2025

Recuperan nuevos restos de un Ictiosaurio de Jurásico en el afloramiento vaca muerta, en la Provincia de Neuquén.




 Un nuevo e importante hallazgo paleontológico tuvo lugar en el paraje Los Álamos, en las inmediaciones de Loncopué, cuando Ángel Fuentes, propietario del campo donde ocurrió el descubrimiento, alertó sobre la presencia de restos fósiles en el terreno.

Tras la denuncia, se activó el protocolo correspondiente y se notificó a la Dirección de Patrimonio Cultural, dependiente de la Subsecretaría de Cultura de la Provincia del Neuquén. Al sitio se trasladó el paleontólogo Mateo Gutiérrez, acompañado por efectivos de Gendarmería Nacional, quienes confirmaron la presencia de fósiles pertenecientes a un Ictiosaurio, un reptil marino del Jurásico Superior.

La zona del hallazgo forma parte de un afloramiento de la Formación Vaca Muerta, reconocida a nivel mundial por su riqueza en fósiles marinos como ostras, moluscos y reptiles que datan de entre 145 y 150 millones de años. Este tipo de descubrimientos aportan valiosa información científica sobre el ecosistema que existía en la región durante esa era geológica.

Los materiales recuperados serán trasladados al Museo Carmen Funes de Plaza Huincul para su análisis y conservación. Posteriormente, quedarán en resguardo temporal en el Museo Paleontológico Carlos Alesandri de la localidad de Las Lajas.

El operativo contó con el acompañamiento de las Direcciones de Cultura y Turismo de la Municipalidad de Loncopué, y se recordó a la comunidad la importancia de notificar de inmediato a las autoridades culturales o a Gendarmería Nacional ante el hallazgo de posibles fósiles, para asegurar su preservación y estudio adecuado.

Los ictiosaurios, un grupo de reptiles marinos que dominaron los océanos durante la era Mesozoica, son un fascinante ejemplo de adaptación evolutiva. Estos animales, que vivieron aproximadamente entre 250 y 65 millones de años atrás, presentan una serie de características morfológicas y fisiológicas que les permitieron prosperar en un entorno acuático.

Una de las características más distintivas de los ictiosaurios es su forma corporal hidrodinámica. Su cuerpo alargado y fusiforme, similar al de los delfines modernos, les confería una notable eficiencia en la natación. Esta forma les permitía reducir la resistencia del agua, facilitando así su desplazamiento a altas velocidades. Además, sus extremidades se transformaron en aletas, lo que les proporcionaba una mayor maniobrabilidad en el medio acuático.

En términos de respiración, los ictiosaurios eran reptiles y, por lo tanto, necesitaban salir a la superficie para respirar aire. Sin embargo, su adaptación a la vida marina se evidenció en la posición dorsal de sus fosas nasales, lo que les permitía respirar sin necesidad de levantar completamente la cabeza fuera del agua. Esta característica es similar a la observada en algunos mamíferos marinos actuales.

La dieta de los ictiosaurios variaba según las especies; algunos eran carnívoros y se alimentaban principalmente de peces y cefalópodos, mientras que otros presentaban adaptaciones para una dieta más diversa. Sus mandíbulas estaban equipadas con dientes afilados y cónicos, ideales para capturar presas resbaladizas en el agua.

Desde el punto de vista reproductivo, se ha demostrado que los ictiosaurios eran ovovivíparos, lo que significa que daban a luz crías vivas en lugar de poner huevos. Este rasgo es particularmente interesante ya que sugiere una adaptación a un ambiente marino donde el desarrollo embrionario dentro del cuerpo materno podría ofrecer ventajas frente a depredadores y condiciones ambientales adversas.

Los ictiosaurios también exhibían una notable diversidad morfológica. Se han identificado varias especies con diferencias significativas en tamaño y forma; algunas alcanzaban longitudes superiores a los 20 metros, mientras que otras eran mucho más pequeñas. Esta diversidad refleja una amplia gama de nichos ecológicos que los ictiosaurios pudieron ocupar en los océanos de su tiempo.

La variabilidad en la morfología también se relaciona con su evolución a lo largo de millones de años. Los ictiosaurios evolucionaron a partir de ancestros terrestres, y su adaptación al medio acuático fue un proceso gradual que implicó cambios significativos en su anatomía. Por ejemplo, las modificaciones en la estructura de la columna vertebral y el desarrollo de un sistema de aletas más eficiente son indicativos de esta transición evolutiva.

Además, los ictiosaurios presentaban características esqueléticas únicas. Su cráneo era grande y alargado, con una mandíbula inferior prominente que les permitía abrir la boca ampliamente para capturar presas. La presencia de huesos nasales reducidos y una órbita ocular grande también son rasgos distintivos que sugieren adaptaciones para una vida activa en el agua.

En términos de paleobiología, los ictiosaurios desempeñaron un papel imporante en los ecosistemas marinos del Mesozoico. Como depredadores, ayudaron a regular las poblaciones de otras especies marinas y contribuyeron a la dinámica ecológica de su entorno. Su extinción, ocurrida al final del Cretácico, marcó un cambio significativo en la biodiversidad marina, abriendo oportunidades para otros grupos de animales marinos, incluidos los mamíferos marinos modernos. Fuente; noticiasnqn.com.ar y modificado y adaptado por grupopaleo.com.ar

Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm

jueves, 10 de abril de 2025

Patagorhacos terrificus, un ave del terror en el Mioceno de Rio Negro.




 Hace unos 18 millones de años, la Patagonia tenía un aspecto distinto al de hoy en día. Las interminables planicies estaban salpicadas por árboles y bosques en los que se encontraba una gran variedad de animales hoy en día extintos. Su clima era más cálido y húmedo, lo que permitía la existencia de animales de aspecto tropical como monos, puercoespines y muchos otros.

 Entre los grandes cazadores de la época se encontraban unas enormes aves predadoras conocidas como fororracos o “aves del terror”. Los fororracos se distribuyeron por toda Sudamérica, y se extinguieron hace unos 3 millones de años. Tenían un pico poderoso, muy alto y terminado en un gancho filoso. Sus patas eran muy largas y sus alas reducidas, por lo que eran incapaces de volar.

 Una expedición llevada adelante por miembros del Museo Patagónico de Ciencias Naturales “Juan Carlos Salgado” en los alrededores de la ciudad de General Roca, en la provincia de Río Negro, resultó en el hallazgo de restos más completos de Patagorhacos terrificus, especie muy enigmática.

 Debido a la buena preservación de los restos los investigadores lograron conocer aspectos importantes sobre el Patagorhacos. La especie alcanzaba una altura de 1.5 metros y un peso aproximado de 50 kilogramos. Sus garras curvadas y sus huesos esbeltos hacen pensar que se trataba de un veloz depredador que daba caza a sus presas mediante la velocidad, y las remataba con un certero picotazo. Luego despedazaba a su presa con la ayuda de las garras del pie.

 Los nuevos restos permitieron a los investigadores realizar un árbol genealógico de todos los fororracos conocidos, y poder saber más sobre la evolución de este grupo de aves.

 El equipo de trabajo de este hallazgo estuvo integrado por investigadores del CONICET, el Museo Argentino de Ciencias Naturales, la Fundación Azara y el Museo Patagónico de Ciencias Naturales “Juan Carlos Salgado”, cuya publicación científica puede leerse en https://www.tandfonline.com/doi/full/10.1080/08912963.2025.2458127?src=  Fuente: Laboratorio de Anatomía Comparada y Evolución de los Vertebrados – Reconstrucción en vida por Nahuel Vásquez y Reconstrucción del esqueleto por Santiago Miner

Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm  

 

martes, 8 de abril de 2025

Aenocyon dirus, el Lobo Terrible del Pleistoceno Americano volvió a la vida luego de 13 mil años.

 





 Colossal Biosciences, la única empresa de desextinción del mundo, ha anunciado el renacimiento del extinto lobo terrible (Aenocyon dirus).

Los lobos terribles eran grandes cánidos parecidos a los lobos y estaban entre los grandes carnívoros extintos más comunes de la megafauna americana del Pleistoceno tardío.

Estos animales aparecieron por primera vez durante el Plioceno tardío, hace entre 3,5 y 2,5 millones de años, como consecuencia de la mezcla entre dos linajes de cánidos más antiguos. Los lobos terribles eran hasta un 25% más pesados ​​que los lobos grises y tenían una cabeza ligeramente más ancha, un pelaje claro y grueso y una mandíbula más fuerte.

Aenocyon dirus (Leidy, 1858), es una especie de cánido que vivió en América del Norte y se desplazó hasta las Pampas del centro de la Argentina durante el Pleistoceno.

Si bien era un Lobo grande, tampoco era gigante, sobrepasando apenas el Lobo actual. Aenocyon dirus, pesaba unos 100 kilogramos. era mucho más robusto y sus patas proporcionalmente cortas. El morro era largo y las mandíbulas potentes, con dientes gruesos y fuertes capaces de triturar huesos.

Perseguían activamente y capturaban mamíferos de mediano a gran porte con una masa de entre 50 y 300 kilogramos. Deben haber depredado principalmente a los numerosos cérvidos, caballos, camélidos, y pecaríes que habitaban en esas regiones de América del Sur durante ese periodo. Tal vez incluso capturaron a ejemplares jóvenes de megafauna.

El registro fósil indica que los géneros Canis, Urocyon y Vulpes divergieron del primitivo y pequeño Leptocyon (Matthew, 1918) en el Mioceno, hace 9 o 10 millones de años. Un millón de años después los cánidos dejaron su Norteamérica natal y se extendieron por Eurasia y África, diferenciándose en múltiples especies. Mientras tanto, los cánidos vivían otra explosión diversificatoria en América del Norte. Otros canidos emigraron a América del Sur durante el Gran Intercambio Biótico Americano.

Aenocyon dirus hizo su aparición en Sudamérica a finales del Pleistoceno. En el Cuaternario de Argentina, solo se habían encontrado restos de otros canidos grandes, como Canis gezi, un pequeño Lobo poco conocido del Ensenadense de Sudamérica, que, parece haber dado lugar a Canis nehringi, una especie Lujanense. Recientemente, Canis nehringi de Sudamérica y Canis dirus de Norteamérica, se convirtieron en sinonomia de Aenocyon dirus, el lobo terrible.

Como hipercarnívoros, su dieta comprendía al menos un 70% de carne procedente principalmente de caballos y bisontes. Se extinguieron al final de la Edad de Hielo más reciente, hace unos 13.000 años. La principal hipótesis para explicar su extinción es que, debido a su mayor tamaño corporal en comparación con los lobos grises y los coyotes, los lobos terribles estaban más especializados para cazar presas grandes y no pudieron sobrevivir a la extinción de su presa megafauna.

Por su aspecto, este lobo prehistórico era muy parecido a sus equivalentes modernos, aunque era bastante más corpulento. Es probable que fuera más carroñero que cazador y que ocupara el nicho de borofaginost como Osteoborus, cuando éstos se extinguieron, al principio del Pleistoceno. Se han excavado los restos de más de dos mil lobos de este tipo entre los depósitos de alquitrán del Rancho La Brea, en el lugar donde se alza en la actualidad la ciudad de Los Ángeles (USA). Hace unos 25.000 años, en este lugar se filtró petróleo crudo hasta la superficie y sus componentes volátiles se evaporaron, dejando charcos de alquitrán pegajoso.

Estos charcos, cubiertos de agua, les daba un aspecto inocente, atrapaban a los animales desprevenidos, como los perezosos terrestres y los elefantes americanos, que se acercaban a beber agua. A su vez, el pánico de los animales moribundos atraía a los carnívoros como estos lobos y los tigres dientes de sable. Smilodon, y estos predadores también quedaron aprisionados. En condiciones en las cuales se llevó a cabo la fosilización han dejado un registro detallado de la vida durante el Pleistoceno. Es evidente que los lobos y los tigres dientes de sable se enzarzaban en peleas terribles, ya que sus huesos a menudo están cubiertos de cicatrices que se han producido los unos a los otros con sus formidables dientes.

Los cazadores más activos, como los leones y los perros contemporáneos, rara vez quedaban atrapados en la brea. Parece que estos animales eran más inteligentes y se­daban cuenta del peligro que significaba seguir a sus presas dentro de los charcos.

“Nuestro equipo tomó ADN de un diente de 13.000 años y de un cráneo de 72.000 años y creó cachorros de lobo terrible sanos”, dijo Ben Lamm, director ejecutivo de Colossal Biosciences. “Una vez se dijo: 'cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia'”.

“Hoy, nuestro equipo podrá revelar parte de la magia en la que están trabajando y su amplio impacto en la conservación”. Las tres camadas de lobos terribles de Colossal Biosciences incluyen dos machos adolescentes (Rómulo y Remo) y una cachorra (Khaleesi).

Están prosperando en una reserva ecológica segura de más de 2000 acres que incluye zonas de participación especializadas y tipos de hábitos. Son monitoreados continuamente a través de cámaras en vivo en el lugar, personal de seguridad y rastreo con drones para garantizar su seguridad y bienestar.

“La desextinción del lobo terrible es más que un renacimiento biológico”, dijo el presidente tribal de la Nación MHA, Mark Fox. “Su nacimiento simboliza un despertar: el regreso de un espíritu antiguo al mundo”. “El lobo terrible lleva consigo los ecos de nuestros antepasados, su sabiduría y su conexión con la naturaleza”.

“Su presencia nos recordaría nuestra responsabilidad como guardianes de la Tierra: proteger no solo al lobo, sino el delicado equilibrio de la vida misma”. “El trabajo del equipo de Colossal Biosciences no solo es importante para nuestras tierras y nuestra gente, sino también para los esfuerzos de conservación en todo el mundo”. “La capacidad de la innovación tecnológica para generar algo tan significativo cultural y espiritualmente para los pueblos indígenas se corresponde con el amplio impacto que esta tecnología tiene en el futuro de la gestión de nuestro planeta, en términos de diversidad de especies y conservación”.

Colossal Biosciences también dio a luz dos camadas de lobos rojos (Canis rufus) de tres líneas fundadoras genéticas diferentes.

Estas camadas incluyen una hembra adolescente de lobo rojo (Hope) y tres cachorros machos de lobo rojo (Blaze, Cinder y Ash). “La preservación, expansión y evaluación de la diversidad genética debe realizarse mucho antes de que se pierdan importantes especies animales en peligro de extinción, como el lobo rojo”, afirmó el Dr. George Church, genetista de la Universidad de Harvard y cofundador de Colossal Biosciences.

“Otra fuente de variedad en los ecosistemas proviene de nuestras nuevas tecnologías para desextintar genes perdidos, incluyendo la secuenciación profunda de ADN antiguo, los análisis de rasgos polifiléticos, la edición múltiple de la línea germinal y la clonación”. El lobo terrible es un ejemplo temprano de esto, incluyendo el mayor número de ediciones genómicas precisas en un vertebrado sano hasta la fecha. Una capacidad que crece exponencialmente. Fuente: sci.news, modificado y adaptado por grupopaleo.com.ar

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