Leonardo
Celié, vecino de la
ciudad, divisó un fragmento que le llamó la atención en un cargamento de tosca
destinado al basamento de la nueva central termoeléctrica. La superficie del
objeto presentaba una curiosa ornamentación que lo llevó a pensar que se
trataba de un fósil.
A los pocos días lo acercó al Museo
Paleontológico para que el Grupo Conservacionista lo analizara y para que
quedara en la colección de la institución.
El objeto recuperado por Celié resultó ser un fragmento del tubo caudal o
cola de un armadillo gigante del género Neosclerocalyptus.
Estos animales fueron una de las
especies más chicas del grupo de los gliptodontes o armadillos gigantes,
llegando a medir 1,80 m de longitud y pesar unos 200 a 220 kilogramos. Todo su
cuerpo estaba revestido de una armadura de 1 cm de espesor que lo protegía de
los depredadores.
Una característica única en estos
pequeños gliptodontes era la presencia de una especie de zona “globular” en la
región más anterior del cráneo, a nivel de los huesos nasales. En las especies
más antiguas esta zona aparecía poco desarrollada, pero se hacía más notable en
las especies más modernas, llegando a alcanzar un tamaño sumamente
considerable.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál era
la función de esta estructura tan particular, aunque probablemente haya
constituido una adaptación a los climas fríos y áridos/semiáridos típicos del
Pleistoceno, aunque la cuestión sigue abierta y el misterio sin resolver.
Desde el Museo Paleontológico se
logró determinar que la pieza hallada por Celié proviene de una capa
sedimentaria ubicada a unos 9 metros de profundidad en la zona de Barrio La
Tosquera, más precisamente en la cantera Agus-Mar, propiedad de la familia
Iglesias. Observaciones de campo efectuadas por el equipo del Museo en los
últimos años permitieron saber que ese piso formó parte de un antiguo humedal
en el que quedaban atrapados diferentes animales que habitaron el pasado de
nuestra zona. Fuente; Museo Paleontológico de San Pedro.