domingo, 7 de diciembre de 2025

Los mastodontes sudamericanos consumían frutas con regularidad, sugiere un estudio.

 

La mayoría de los grandes herbívoros de la megafauna americana se extinguieron hace aproximadamente 10.000 años, un evento que habría interrumpido uno de los procesos ecológicos más importantes de los ecosistemas: la dispersión de semillas a larga distancia, especialmente de plantas con frutos grandes y carnosos. En 1982 se propuso la llamada hipótesis del anacronismo neotropical, según la cual muchas de estas especies vegetales habrían evolucionado para atraer y ser dispersadas por animales hoy extintos. Sin embargo, durante décadas esta idea careció de pruebas directas.

Una nueva investigación liderada por científicos de Chile, España y Brasil aporta ahora la evidencia más sólida hasta el momento. El estudio documenta que un proboscídeo sudamericano ya extinto, el mastodonte Notiomastodon platensis, se alimentaba regularmente de frutas y cumplía un rol clave como dispersor de semillas. Además, los resultados sugieren que la desaparición de estos animales incrementó significativamente el riesgo de extinción de numerosas plantas megafaunales en distintas regiones de América del Sur.

“En 1982, el biólogo Daniel Janzen y el paleontólogo Paul Martin propusieron una idea revolucionaria: muchas plantas tropicales desarrollaron frutos grandes, dulces y llamativos para atraer a animales de gran tamaño —como mastodontes, caballos nativos o perezosos gigantes— que transportaban sus semillas a grandes distancias”, explicó el paleontólogo Erwin González-Guarda, de la Universidad de O’Higgins e IPHES-CERCA, autor principal del trabajo.

“Conocida como la hipótesis de los anacronismos neotropicales, esta teoría permaneció sin confirmación directa durante más de cuarenta años”.

Para validar esta propuesta, el equipo analizó 96 dientes fósiles de Notiomastodon platensis provenientes de distintos puntos del sur de Chile, en un rango que abarca más de 1.500 kilómetros, desde Los Vilos hasta la isla de Chiloé. Cerca de la mitad de los ejemplares proceden del célebre sitio paleontológico del lago Tagua Tagua, una antigua cuenca lacustre extremadamente rica en fauna del Pleistoceno, ubicada en la actual región de O’Higgins.

“Para reconstruir el estilo de vida de estos animales empleamos múltiples técnicas: análisis isotópicos, estudios microscópicos del desgaste dental y la observación de cálculo fósil adherido a los dientes”, detallaron los investigadores.

“Encontramos restos de almidón y tejidos vegetales característicos de frutas carnosas, incluyendo especies como la palma chilena (Jubaea chilensis)”, indicó Florent Rivals, investigador del ICREA, IPHES-CERCA y la Universitat Rovira i Virgili. “Esta evidencia confirma de manera directa que los mastodontes consumían frutas con frecuencia y participaban activamente en la regeneración de los bosques”.

A través del análisis de isótopos estables, el equipo logró recrear con gran precisión tanto la dieta como el ambiente que estos animales habitaban. “Los datos señalan la existencia de ecosistemas forestales ricos en recursos frutales, donde los mastodontes se desplazaban a grandes distancias dispersando semillas durante sus recorridos. Esta función ecológica, hoy en día, no ha sido reemplazada”, explicó Iván Ramírez-Pedraza, del IPHES-CERCA y la Universitat Rovira i Virgili.

“La química dental nos ofrece una ventana directa al pasado”, añadió Carlos Tornero, investigador del IPHES-CERCA y de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Al integrar diferentes líneas de evidencia pudimos confirmar de manera contundente el comportamiento frugívoro de estos animales y su papel esencial en los ecosistemas antiguos”.

Además, el equipo aplicó modelos de aprendizaje automático para evaluar el estado de conservación actual de las plantas que históricamente dependieron de la megafauna para dispersar sus semillas. Los resultados resultan preocupantes: en el centro de Chile, alrededor del 40 % de estas especies se encuentran actualmente amenazadas, una proporción cuatro veces mayor que en regiones tropicales donde aún sobreviven dispersores alternativos, como tapires y monos.

“Cuando la relación ecológica entre plantas y grandes herbívoros se rompe por completo, sus consecuencias persisten incluso miles de años después”, señaló Andrea Loayza, investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad.

“Especies como la gomortega (Gomortega keule), la palma chilena o el pehuén —conocido como ‘árbol rompecabezas del mono’ (Araucaria araucana)— hoy subsisten en poblaciones pequeñas y fragmentadas, con baja diversidad genética. Son verdaderos testimonios vivientes de una interacción ecológica extinta”.

Los resultados de esta investigación fueron publicados recientemente en la revista científica Nature Ecology & Evolution.

Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm