miércoles, 23 de mayo de 2018

Estudian los peces fósiles de la Antártida para conocer el antes y después de la gran extinción Cretácico- Paleoceno.



En el continente blanco presentaba una fisonomía muy distinta hace 65 millones de años, durante la transición entre el período Cretácico y el Paleógeno: el clima de la Antártida era templado, predominaban los ambientes marinos poco profundos y existía una gran diversidad de peces. El límite exacto entre ambos períodos geológicos fue determinado por una extinción masiva -que la teoría clásica atribuye al impacto de un meteorito en la península de Yucatán, en el actual territorio de México- que afectó a las biotas, es decir a los conjuntos de organismos vivos, terrestres y marinos característicos del Cretácico y generó entre otras cosas la desaparición de los dinosaurios no avianos, es decir sin plumas y los grandes reptiles voladores.
En el marco de un proyecto del Instituto Antártico Argentino (IAA-DNA), un grupo de investigadores del CONICET, la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y el IAA-DNA (Argentina), estudió las implicancias que tuvo ese fenómeno global en los mares circundantes al actual continente antártico y, en particular, sobre la ictiofauna, es decir los peces que los habitaban y logró identificar las distintas especies presentes en la región antes y después de la extinción. Los resultados de su trabajo fueron publicados recientemente en la revista científica Cretaceous Research.
 “Las consecuencias de aquel suceso fueron muy bien estudiadas en sedimentos de todo el mundo”, subraya Alberto Luis Cione, investigador principal retirado del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo (FCNyM) de la UNLP y primer autor del trabajo. “Sin embargo, en el continente antártico en particular el registro fósil y la información están condicionados por la cobertura de hielo y la dificultad de acceder a los afloramientos”, describe.
No obstante, durante la campaña de verano 2013-2014 realizada por expertos del Museo de La Plata y el IAA en la Isla Marambio, al este de la Península Antártica, donde afloran las formaciones sedimentarias López de Bertodano y Sobral, pudieron colectarse los fósiles utilizados para el análisis -fundamentalmente dientes, que fueron recuperados tamizando sedimentos para evitar perder los ejemplares de menor tamaño-. “A nivel mundial es uno de los lugares donde existe una mejor representación del límite entre esos dos grandes momentos geológicos. Además de carecer de vegetación, se encuentra sin cobertura de hielo durante el verano, lo que facilita enormemente los trabajos de campo”, destaca Cione.
“Este trabajo permitió determinar la respuesta de la ictiofauna marina de la Antártida a la extinción masiva del fin del Cretácico”, puntualiza el investigador, y añade: “Hasta el límite entre el Cretácico y el Paleógeno había una fauna de peces óseos y cartilaginosos muy diversificada y perfectamente adaptada a sus ambientes. Sin embargo, luego del evento la mayoría desapareció y la variedad de la ictiofauna que podemos encontrar sobre ese horizonte es realmente pobre”.
Los investigadores hallaron grupos de peces que habitaron exclusivamente el Cretácico, como el tiburón sierra y el gris, y otros cuyos parientes todavía están presentes en nuestras costas. “En las capas de sedimentos ubicadas por debajo del límite, encontramos representantes de dos grupos que en la actualidad son frecuentes en distintas partes del mundo: tiburones de leznas del género Carcharias y cazones espinosos.
“Los tiburones son muy conocidos actualmente porque muchos de ellos son grandes depredadores que se ubican en la cima de la pirámide ecológica”, cuenta Cione, y apunta: “Durante el Cretácico, en el mundo había un predominio de grandes tiburones del orden de los lamniformes –un pariente viviente de ellos muy conocido es el tiburón blanco–. Sin embargo, y para nuestra sorpresa, los grandes lamniformes eran escasos en la Antártida y el rol de gran depredador allí lo cumplía el tiburón gris”, puntualiza.
Soledad Gouiric Cavalli, investigadora adjunta del CONICET en la FCNyM, cuenta que, dentro del material que se recuperó, “los peces óseos están representados por dientes de dos grupos y el fragmento de una aleta de otro que vivió únicamente en el Jurásico y el Cretácico y que, en algunos casos, podía alcanzar hasta 16 metros de largo. Este pez se alimentaba filtrando su comida del agua de una manera similar a la que lo hacen hoy algunos grandes tiburones y mamíferos marinos, como el tiburón ballena y la ballena azul.
Se habla de ‘nichos ecológicos’ para referirse al rol o espacio que cada organismo desempeña en el ecosistema. Al desaparecer un grupo, otros evolucionan para ocupar ese espacio vacío. En el caso de los grandes peces óseos filtradores del Jurásico y el Cretácico, ese nicho fue conquistado por otros peces y mamíferos tras la extinción”, detalla.
En las capas de sedimento más modernas, los profesionales dieron con grupos de peces que sí pudieron sobrevivir a la extinción y con otras formas novedosas que surgieron tras ella. “Tras aquel suceso, empezó a configurarse una nueva diversidad, más compleja, con ambientes y modos de vida distintos”, explica Cione.
Otro aspecto que destacan los expertos tiene que ver con la distribución de los grupos a nivel global durante el Cretácico y su relación con el clima. “Lo que notamos es la ausencia de representantes que sí son típicos de otras zonas cálidas durante el mismo período. Es decir, encontramos una repartición ecológica distinta.
Además, nos llamó particularmente la atención que no hubiera rayas, por ejemplo, porque eran muy abundantes en latitudes más altas. Creemos que en la Antártida ese nicho ecológico de animal cartilaginoso que vive y se alimenta de otros animales en el fondo marino fue ocupado por los holocéfalos –vulgarmente conocidos como peces elefante o gallo-, de los que pudimos colectar muchos ejemplares”, concluye Cione. (Fuente: CONICET/DICYT)