Es una de las tantas especies que sobrevivieron al
cataclismo que extinguió a los dinosaurios. Fue una tortuga terrestre de tamaño
colosal y comparable a los grandes gliptodontes del Pleistoceno.
Su cabeza estaba armada por grandes protuberancias, dos
de las cuales se prolongan de manera extraordinaria, semejantes a los cuernos
de un buey. La cola no pasaba de percibida, ya que se encontraba protegida por
un estuche óseo compuestos por varios anillos imbricados y con protuberancias
cónicas.
Los primeros restos de esta tortuga fueron hallados en la
Provincia de Neuquén en el Cretácico superior. Florentino Ameghino lo dio a
conocer en 1899 y lo bautizo con el nombre de Niolamia, para
diferenciarla de la gran tortuga australiana del Pleistoceno conocida como Meiolania,
con la cual Ameghino creía ligeramente relacionada. Llegaron a medir hasta 2,5
metros de largo. En América del Sur esta especie se prolongó hasta el Eoceno.