lunes, 30 de abril de 2018

El bosque de piedra en el desierto patagónico.


En lo profundo de la estepa patagónica, un paisaje con sinuosidades gaudianas esconde lo que fue hace 70 millones de años un mundo vegetal, sacado a la superficie por la fuerza arrasadora de los glaciares. Fósiles de dinosaurios y centenares de troncos son los vestigios de cuando la Patagonia fue una selva subtropical.
La Ruta 40 se desenrolla frente al auto como una gran lengua de camaleón en plena estepa: divide la planicie desierta en dos mitades de pastos ralos y arbustos de calafate, donde corretea una tropilla de guanacos. Hemos partido desde El Chaltén hacia un paraje de extrema desolación con centenares de troncos que hace 70 millones de años fueron de madera y hoy son pura piedra.
A la hora de viaje nos detenemos a desayunar en el Parador La Leona junto al río del mismo nombre. Aquí el legendario explorador Francisco “Perito” Moreno fue atacado por un puma y de allí viene la deformación del nombre. La solitaria construcción en medio de la nada fue levantada en 1916 con sus actuales paredes de adobe y techo de chapa a dos aguas. Era un boliche de campo y hotel utilizado por los trabajadores de las estancias, donde se dejaban mensajes y encomiendas para quienes vivían aislados del otro lado del río.
Luego de un café con alfajores de maicena en el ambiente de hace un siglo, seguimos viaje sin escalas para observar en la superficie de la tierra los vestigios de la era Cretácica tardía, entre 65 y 90 millones de años atrás.
Por el camino de ripio que bordea al lago Viedma pasamos la tranquera de la estancia ovejera Santa Teresita –90.000 hectáreas– y una mulita cruza la ruta a toda velocidad. El paisaje se torna muy desierto pero cobra cada vez más vida: a 100 metros un macho de ñandú camina esbelto al frente de una decena de charitos siguiéndolo en fila.

Estacionamos en la parte alta de una meseta para descender a pie hasta una gran depresión del terreno de 800 hectáreas, con algo de cráter lunar. Vamos en busca del Bosque Petrificado La Leona, un enigmático yacimiento fósil que no debe ser confundido con aquel otro más famoso en el noreste de esta provincia, donde hay menos troncos pero más grandes, rodeados de un paisaje no tan llamativo ni variado como este.
Descendemos al laberinto de arena y arcilla, una sinuosa dimensión gris con cañadones cincelados por el viento y el curso de un río milenario que ya no existe. El terreno es ondulado porque los glaciares arrastraron sedimentos como grandes topadoras: durante las glaciaciones hubo una capa de hielo con mil metros de altura cuya fuerza descomunal arrancaba pedazos de montaña.
Caminamos por borroneados senderos donde crecen escasos arbustos, tan duros que no se mueven con el viento: una adaptación para sobrevivir. El guía señala en el suelo arcilloso huellas de puma, guanaco y mulita.
Toda esta región fue un delta gigante con bosques de árboles de hasta 100 metros de alto –parientes de las araucarias– donde vivían toda clase de dinosaurios. En los últimos años se extrajeron aquí restos de varios ejemplares, entre ellos el Puertasaurus, un titanosaurio del que se encontraron cuatro vértebras, la más grande de ellas de 1,68 centímetro, exhibida en el Museo Egidio Feruglio de Trelew.

Tras una lomada el guía nos sorprende señalando en el suelo el fémur de un dinosaurio saurópodo que pesaba 16 toneladas y se decidió dejar en el lugar: está fragmentado pero completo.
Es tan perfecta la fosilización de este bosque que hasta puedo contar los anillos de crecimiento en algunos de estos troncos que, en verdad, son el negativo de sí mismos y brotan como reliquias de un tiempo inconcebible para los mortales: un rastro muy palpable pero sin vida de un árbol condenado a la eternidad. Por Julián Varsavsky para Pagina 12. 
Mas info en http://www.grupopaleo.com.ar/paleoargentina/principal.htm